Errollyn Wallen, primera compositora negra de la Corona británica: “Bach sigue siendo un modelo”

Cuando hace cinco años Errollyn Wallen (Belice, 67 años) presentó en el Royal Albert Hall de Londres su versión de Jerusalem, el famoso himno de Hubert Parry que desde 1953 sirve de clausura a los Proms (festival de música), recibió cientos de mensajes racistas. “Supongo que la pandemia sacó lo peor de muchas personas”, le resta importancia la compositora británica desde su casa del archipiélago de Orkney, al noreste de Escocia. “Nunca he tenido miedo a la reacción del público, quizá porque dedico toda mi atención y energía a hacer bien mi trabajo”, añade quien desde el año pasado ostenta el título de Maestra de la Música del Rey, el mismo cargo que desempeñó en su día Edward Elgar y, más recientemente, su antecesora Judith Weir.
Aquella, recuerda Wallen por videoconferencia, fue su tercera participación en los Proms, que en 1998 apostó por ella y programó, por primera vez en su historia, una obra de una mujer negra. También allí estrenó, dos décadas después, This Frame is Part of the Painting. Y el viernes su música volverá a los atriles de la Sinfónica de la BBC, que le ha encargado una pieza para orquesta, The Elements, a la que ha dedicado los últimos meses de encierro en su antigua residencia, que ahora utiliza como estudio, en un antiguo faro de las Highlands, cerca de Thurso. “Además de las espectaculares vistas, en este refugio al borde del mundo he encontrado la soledad y la tranquilidad necesarias para cumplir con todos mis compromisos”.
En su catálogo encontramos páginas orquestales y música de cámara, piezas para ballet e instrumentos solistas, composiciones para cine y televisión, y la nada desdeñable cifra de 22 óperas. Todo un derroche de exuberancia estilística y productividad. “Hace poco estrené dos obras en una misma noche, en Oxford y en el Wigmore Hall”, dice Wallen, quien asegura no reconocerse en la trayectoria de muchos compositores de su generación, artífices como ella de una nueva edad dorada de la música británica. “Me formé en la tradición de la Segunda Escuela de Viena, lo que explica que en mi música cada nota busque su lugar y también mi rechazo a las vanguardias más reaccionarias que no dan espacio a las nuevas ideas”.

En Cómo llegue a ser compositora, la autobiografía de Wallen que en España acaba de publicar Liburuak, asistimos a una infancia marcada por el abandono de sus padres nada más llegar a Londres y la estricta disciplina (con algunos episodios de violencia física) de sus tíos, quienes a pesar de todo no desaprovecharon el potencial de una niña que soñaba con ser cantante, bailarina e incluso monja. “De algún modo me las ingenié para sobrevivir a mi familia”, zanja la compositora sin el menor atisbo de reproche. A los 16 intentó suicidarse con un frasco de Valium. “Fue un milagro que saliera con vida del hospital, y que ni siquiera me tuvieran que hacer un lavado de estómago. Quizá las pastillas que ingerí fueran placebo…”.
La partitura de The Elements, de unos 10 minutos de duración, se contagia del radiante optimismo de su autora, que no deja de sonreír, con sus inconfundibles gafas de pasta, durante la entrevista. “No me he inspirado en las estaciones ni en la tabla periódica, sino en mis días como teclista de bandas de todos los géneros, del heavy metal al jazz, y que recreo con una serie de riffs orquestales”, dice en referencia a su homenaje a Steve Lewinson, bajista de Simply Red. “Supongo que mi pasado pop me pasó factura y algunas instituciones, como la London Sinfonietta, tardaron en tomarme en serio”. Aún hoy sigue percibiendo expresiones de sorpresa a su alrededor. “Es lo que tiene no pertenecer al establishment…”, se jacta.
Algunas universidades del Reino Unido, con la de Oxford a la cabeza, han revisado sus planes de estudios para tratar de corregir el canon de la música clásica. “El problema no está en los grandes compositores de la historia, sino en la manera de presentarlos cómo únicos referentes válidos”, defiende Wallen, que en sus clases del Trinity Laban de Londres reivindica el legado de compositoras afroamericanas como Margaret Bonds. “La imposición de un único estilo coarta la libertad creativa, pero considero un error la tendencia actual a reducir la enseñanza en áreas como el contrapunto o la orquestación, pues sin esa formación técnica no hay alternativa posible. Bach sigue siendo un modelo para la música actual”.
Hace unas semanas el Palacio de Buckingham compartió la playlist personal de Carlos III. “Me alegré mucho al constatar la abundancia de música negra, con temas de reggae, soul, dance…”, celebra Wallen, que en su condición de compositora oficial de la Corona británica acaba de presentar un Magnificat con motivo del 500º aniversario de la Christ Church de Oxford. Aunque el monarca ha dado ya algunas instrucciones para su funeral, Wallen no ha sido incluida, de momento, en la Operación Menai Bridge. “Lo importante, más allá de la política de encargos, como una obra sorpresa para Carlos III que acabo de terminar, es que mi nombramiento facilite el acceso de los más desfavorecidos a la educación musical”.
De ahí la idea de incluir un plantel de músicos y cantantes no profesionales en su próxima ópera, aún pendiente de título y que verá la luz en el Festival de Aldeburgh. “Es una historia de Navidad que recupera el espíritu colectivo de El diluvio de Noé de Britten”, adelanta. “Me encantan los retos, y este lo es”. Luego señala al rincón más luminoso de la habitación. “Cuando noto que me quedo sin ideas, me asomo a esa ventana y contemplo el paisaje”. En abril, poco después de que la Sinfónica de Galicia interpretara su Concierto para violín, condujo de noche desde Inverness bajo una niebla espesa. “Me sentí como en una película de Hitchcock”, evoca. “Puro suspense y máxima emoción”. Así suena Errollyn Wallen.
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